jueves, 1 de septiembre de 2011

Segundo Medio: Introdución a la literatura Universal

EL MITO Y LA LEYENDA

INTRODUCCIÓN

Desde los tiempos más remotos, existen obras creadas intuitivamente por el hombre. Son anteriores a la escritura, a la literatura y a una organización social unificada y estable. Son relatos que se fueron formando paulatina­mente, asimilando variantes locales y una gran diversidad de ritos. Muchas veces los atributos, aventuras o actividades de una misma deidad se contradecían con los poderes, leyendas o ritos con que aparecía en otras regiones. Por eso, en cuanto al contenido y función, tales obras no tienen coherencia. Eso explicará los miles de versiones e interpretaciones de poetas, filósofos y científicos posteriores. '
Se trata de obras que brotan espontáneamen­te, fundadas en una realidad misteriosa, en la necesidad de manifestar una fe y de formar una imagen del mundo. Un mundo que no podemos ver ni medir con nuestro criterio moderno, más limitado y preciso! A través de tu experiencia como lector, irás dándote cuenta de cuan diferentes eran las concepciones que sobre la vida, la muerte, el pecado, la eternidad, etc., tenían los hombres de aquellos tiempos.
El origen (¿hindú, egipcio, griego?) de estas historias fantasiosas para nosotros- sobre se­res y hechos supernaturales, no puede fijarse con precisión. Ellas no tuvieron autores conoci­dos, individuales. Nacieron como expresión del alma colectiva de un pueblo o de una raza.

Son concepciones pregráficas y preliterarias, creaciones intuitivas que correspondían a la necesidad de satisfacer una curiosidad y, en especial, la fe en una realidad sobrenatu­ral.

El hombre de estos tiempos concibió a sus divinidades idealizando su propia naturaleza: pluralidad de dieses con mentalidad, formas y hasta limitaciones humanas. Lo que tú ya cono­ces en la historia de esa relación cultural entre religión y arte: politeísmo y antropomorfismo.

EL MITO Y LA LEYENDA

La palabra mito encierra a un contenido cultu­ral muy complejo. Se puede estudiar desde el punto de vista de la filosofía, la ciencia, la literatura, la historia, etc. Nosotros, ahora, la vamos a considerar, primordialmente, como una creación original, necesaria v espontánea.

Comúnmente, el término mito se utiliza como algo opuesto a la realidad. En griego significa­ba fábula, cuento, habladuría. (En el desarro­llo del niño, hay una etapa que se llama "de la fabulación y el mito". Algunos mayores no salen de esa etapa: se llaman milómanos).  Los griegos oponían el mito al logos (conocimiento, erudición) y a la historia (relato de hechos realmente ocurridos). Algunos textos definen al mito como Una narración oral y tradicional que cuenta una historia de carácter sagrado;  una composición que describe o relata suce­sos que se habrían cumplido en el fabuloso tiempo de los orígenes: "Los tiempos aurora­les del mundo".

El mito revela cómo una realidad nueva se hizo presente a través de las hazañas de seres divinos o sobrenaturales. Esa nueva realidad pudo ser, por caso, la creación del cosmos, el mundo entero o sólo una parte; toda la naturale­za o sólo un trozo de ella,(una isla,- una monta­ña, el día o las estrellas, él sol, la creación del hombre, la aparición del fuego, etc.).

El conjunto de los mitos, la Mitología, son las historias sobre el origen de la vida y las hazañas de los dioses, semidioses, héroes, en su relación con los hombres. La mitología grie­ga habla de una docena de grandes dioses a los que cada una de las ciudades o regiones griegas fueron añadiendo otras divinidades menores. Los dioses más grandiosos fueron, entonces, aquéllos que recibieron un culto más intenso y extendido entre los diferentes estados o regio­nes de lengua griega, tanto de la parte europea como de la asiática del helenismo Como tú bien recordarás, esos dioses y gran parte de la cultura helénica fueron adoptados por Roma.
El  mito es siempre el relato de una creación. Nos dice cómo algo se produjo, de qué manera comenzó a ser. Además, los mitos representan o reseñan los diferentes modos de cómo lo sagrado irrumpió en el mundo para establecerlo y explicarlo.
Los mitos narran el nacimiento de los seres divinos y sus poderes sagrados (es lo que se llama teogonía). Estos seres y sus obras son una suerte de muestrario o modelo de todas las acciones del hombre en su relación consigo mismo, con los demás o con lo sobrenatural. Los mitos responden, pues, a necesidades tanto de la fe (religión), de la ética (moral) o  la praxis (obra, acción, práctica). Iban acompañados de mitos, manifestaciones colectivas, y de ellos se desprendían normas conductuales. Para el hombre de esos tiempos eran una realidad verdadera más que una explicación. Eran a la vez, una creación y la expresión de una creación. El hombre adivinaba la verdad del universo, presentía la existencia de lo sobrenatural y su relación con lo creado, pero solo podía intuirlo y no explicarlo racionalmente. Por eso el  mito tuvo un carácter simbólico y alegórico.
 Todo mito es propio de cada grupo racial, tiene, pues, un carácter etnológico y corresponde a las particulares necesidades y modos de  existencia de ese grupo. Al crear el mito,  el hombre aprendió a conocer e! origen cosas y a utilizarlas.




Mito y Leyenda

No siempre resulta fácil separarlos. Muchos autores o recopiladores los entremezclan en el saco común de la tradición oral de los pueblos primitivos o, modernamente, en el del folklore (folk = gente, pueblo; lore, saber popular, ciencia, erudición).
En general, mito y leyenda se diferencian en cuanto a los personajes y al escenario o ámbito. Según el antropólogo y lingüista Franz Boas, los mitos aparecen en los tiempos en que el mundo no tenía su forma actual y cuando aún no emergían las formas contemporáneas de las artes y costumbres humanas. En cambio, las leyendas, relatos también orales y tradicionales, se sitúan en tiempos "más modernos o posteriores a la creación.
En cuanto a los personajes, tu propia experiencia,  por corta que sea, te enseñará que en los mitos los personajes son, por lo común, dioses o seres sobrenaturales; y en las leyendas, casi siempre, seres humanos o animales antro­pomorfos.
Pueden diferenciarse, además, en cuanto a su función. Los miembros de las culturas en que se originaron y florecieron los mitos creían en la verdad de los sucesos narrados. Para ellos, los mitos eran historias verdaderas y precedentes o modelos sagrados para las acciones de los hombres. Al revés, la función de la leyenda es más bien didáctica.  no  pretende hacemos creer en la verdad de los hechos narrados, sino, antes bien, instruir o entretener.

Suele ocurrir que un mismo asunto aparece como un mito en la vida cultural, social y religiosa de una sociedad y en la de otra comunidad, más reducida, surge como una leyenda.
La leyenda es un relato generalmente de corta extensión y  como dice el  gran folklorista chileno Oreste Plath, responde  a los estímulos de la naturaleza; tiene implicaciones de variadas índoles, matices diferentes, conforme al medio en el cual se origina.  Puede tener una razón, una verdad y decir relación con un hecho histórico, con un acontecimiento que, repetido y exagerado, integra el acervo folklórico, conformando el leyendario.

Si consultamos un diccionario, veremos que en él se define la leyenda como "un relato de sucesos tradicionales o maravillosos". O bien, como "relato que tiene más de tradicional o maravilloso que de histórico". Importa detener­se en los adjetivos tradicional, o sea, transmi­sión oral de una a otra generación, y maravillo­so, esto es, la intervención de seres sobrenatu­rales, respecto de la leyenda podemos recalcar su carácter localista, a diferencia de la mayor amplitud o universalidad del mito. El narrador de la leyenda es cercano: es un comarcano que, a veces, para dar mayor verosi­militud a lo que cuenta, finge haber estado presente, ser casi un testigo del hecho narrado. Ello justifica las imperfeccio­nes sintácticas, las repeticiones -necesarias, tal vez, para que el auditor no pierda el sentido de la acción-, las incorrecciones de lenguaje, falta de concordancia, etc. que, o no se advierten o no importan mucho en el relato oral y que, sin embargo, contribuyen a vivificarlo.

Finalmente, podemos afirmar que los atisbos rituales de la leyenda suelen tener relación más bien con la superstición que con un sentimiento religioso. Lo contrario ocurre en el mito.

  Los Personajes.

Como ya sabes, los protagonistas de los mi­tos eran siempre seres divinos, astrales, sobre naturales. Además de caracterizarse por su aspecto o apariencia, se reconocen por los hechos que realizan o por los poderes que representan: diosa del amor, de la caza, dios del fuego, del cielo, de la guerra, de las artes, etc. Entre ellos se repartían el universo. Cada uno, además de ser dios, representaba una fuerza, un elemento o fenómeno de la naturaleza: Zeus es dios, el señor de todos los dioses, pero, además, es el Cielo, la Luz, la Tempestad. Por su parte, la leyenda presenta personajes humanos  y  comunes, aunque también encontramos seres fantásticos  y elementos naturales personificados, es decir, con cualidades o defectos del ser humano.

Caracteres de la Epopeya

Al leer algunas de estas obras que le te mencionamos, podrás darte cuenta del predominio de, lo externo y lo maravillo, esto es, de la  intervención de dioses y seres sobrenaturales en las acciones narradas. Esta es una característica  importante de la epopeya. En cuanto al narrador a veces anónimo, otras conocido, siempre adopta un tono elevado, pausado, solemne, pues la narración así lo requiere; e! rapsoda se pone bajo la protección de las Musas, a quienes pide inspiración.

En la epopeya clásica, el narrador sitúa la acción en un tiempo remoto. Se trata de un pasado maravilloso en el que se mueven dioses, grandes héroes y se narran hechos fabulosos.

Las epopeyas tienen una bien determinada estructura: invocación a la Musas, exposición, desarrollo, episodios, desenlace. Están dividi­das en cantos, tal como una novela, en capítu­los.

Todas estas célebres obras sobre dioses, hé­roes y hechos extraordinarios resumen la admi­ración, la fantasía, la concepción del mundo de toda una raza; tienen, pues, carácter racial, universal. Son, así, los modelos vivos, esto es, clásicos, para todo este tipo de creaciones poéticas llamadas épicas. Más adelante, en los ejemplos de la narrativa, heroica del Renacimiento, como es el caso de La Araucana de Ercilla, podrás ver cómo se repiten estos carac­teres.

En torno a los mitos, o derivando de ellos, se desarrollan leyendas con variantes nacionales y regionales. A su vez, mitos y leyendas se entre­mezclan y aparecen como motivos centrales o secundarios en las grandes epopeyas. Estas son relatos solemnes, lentos, de hermosa grandilocuencia,   sobre hechos reales  o  imaginarios ocurridos en un pasado lejano, características de la epopeya que podrás apreciar muy bien cuando leas la Iliada o la Odisea,  obras del rapsoda ciego Hornero. Siglos más tarde, en el período clásico de la literatura latina (época de Cicerón y del emperador Augusto), encontrarás los mismos elementos en la Eneida, de Virgilio,  quien se inspiró en los dos grandes modelos anteriores.

LA EDAD MEDIA
Primeramente, debemos recordar que éste es un período amplísimo,  pues comprende diez siglos: desde el siglo V hasta el siglo XV D.C. Nuestro  mundo   probablemente   no   volverá a tener un período tan  valioso y duradero. La Edad Media comprende la vida, la historia, la cultura de muchos pueblos de la Europa actual  que comenzaron a surgir desde el desorden y la  barbarie de las invasiones, buscando su  propia identidad. Extenso camino. Los hombres que vivieron a lo largo de esos mil años, difícilmente podían tener conciencia global de su tiempo No inventaron el nombre de esa época.   No sabían que iban  a ser mediadores entre  un.i cultura llamada Antigüedad Clásica y otra Mo­derna, la cual comenzaría con un nuevo tono di­vida, con un estilo que se llamaría Renacimiento
La Edad Media se llama así, entonces, por­que media entre la Antigüedad y los Tiempos Modernos. Quienes inventaron el nombre y el menosprecio fueron los humanistas de los co­mienzos del Renacimiento, pues, como no te­nían la perspectiva histórica para juzgarla, cre­yeron que sólo poseían vigencia los valores que ellos preconizaban y vivían, además de los ideales de la Antigüedad Greco-latina. El perío­do intermedio representaba para ellos nada más que barbarie y oscurantismo, tal vez porque re­cordaban que los bárbaros de los siglos IV y V D.C. casi habían destruido la admirada civiliza­ción clásica,
 No es posible que un período histórico tan amplio como el de la Edad Media pueda tener caracteres estáticos, homogéneos, inmutables. Por ello, y para comprender mejor ese milenio, se lo divide en Alta y Baja Edad Media; la primera, desde el siglo V al XI y la segunda, del XII al XV. Estos límites son sólo referenciales, pues no hay cambios bruscos en la His­toria: nadie se acostó en la Edad Media y ama­neció en el Renacimiento.
En los comienzos de la Alta Edad Media, el Cristianismo, ya consolidado en el mundo occidental, siguió acrecentando desde Roma su influencia unificadora. Su triunfo contribuyo a la caída del Imperio Romano, no porque luchase contra él, sino porque el Cristianismo era y es "una religión fraterna y total que favorecía la formación de  una  ideología universal  para  la que no existían fronteras. El ciudadano romano odiada a los enemigos del Imperio; en cambio, los cristianos consideraban a los bárbaros como hermanos en Jesucristo a quienes no se podían menospreciar y aún menos odiar"
También en los comienzos de la Alta Edad Media se siguió tratando de conservar la idea del Imperio Romano. La destrucción de la unidad política por las invasiones bárbaras no significó la destrucción de la rica tradición cultural clásica.  En varios momentos de esa etapa, se produjeron movimientos culturales de gran actividad.  Por ejemplo, los siglos VI y VII, como lo veremos más adelante.
En el  desarrollo cultural de la Edad Media, los siglos IX y X no tienen mayor significación, fuera del desarrollo y madurez del estilo románico que dejó muestras indelebles en arquitectura, escultura, pintura y mosaicos.  El siglo XII marca el nacimiento de las literaturas nacionales en lenguas romances, sobre todo mediante la narración épico-heroica creada y difundida por los juglares. Chanson de Roland, Poema del Mío Cid y otras. El siglo de oro de la cultura medieval será el siglo XIII, con el desarrollo de la arquitectura gótica, la creación de las grandes universidades, el florecimiento de la Filosofía Escolástica, la obra poligráfica de Alfonso X El Sabio, el nacimiento del teatro, el florecimiento italiano de esos genios llamados Dante, Petrarca y Boccaccio, el cultivo de la prosa, etc.  El humanismo del siglo XIII se anticipa al del Renacimiento. El siglo XIV marca la crisis, la paulatina descomposición moral, la nostalgia de la Edad Antigua, el tránsito hacia una nueva etapa histórico – cultural.  Ello aparece reflejado en obras señeras de Juan Ruiz, de Geoffrey Chaucer, de don Juan Manuel y otros.
A pesar de los diferentes matices que se observan a través de los pueblos y siglos tan vanados de esta edad, es posible señalar como principales caracteres generales del milenio su fuerte unidad religiosa; una vida ruda y austera, de la que son ejemplos el héroe guerrero y el monje: una trabada unidad cultural, también favorecida, por la Iglesia a través de su lengua oficial, el latín, y una gran riqueza creadora.
Unidad Religiosa: el predominio del Cristianismo maraca el carácter teocéntrico de la vida medieval.  El pensamiento o concepción del mundo religioso, organizado en un sistema armónico: naturaleza (humana), gracia (manifestada con Cristo) y gloria (perspectiva de eternidad).  El mundo terrenal para el hombre del medievo-tal como lo resumió Jorge Manrique en la Coplas por la Muerte de su Padre, es el camino para el otro que es morada sin pesar; el hombre es un peregrino, romero como dijo Gonzalo de Berceo.  Dios es el centro, a diferencia del antropocentrismo del Renacimiento.
Vida Social: organizada también en una escalera o trilogía. El escritor Juan Manuel   (El Conde Lucanor). Sin tratar de justificar la injus­ticia del régimen   feudal, resume simplemente como un hecho; defensores  (los nobles, guerreros dedicados a la actividad ruda de la caza y la lucha contra otros señores, contra los moros o, a veces, contra el propio rey); oradores (la clase religiosa, monástica, servidora de la unidad del Cristianismo, dedicada al estudio y la conservación de la cultura antigua) y labradores (los trabajadores materiales, siervos, que viven al amparo y servicio del amo feudal)
Unidad Cultural: el saber y la cultura se imparte y hacen universales a través de una lengua común: el latín.  Las universidades medievales podían impartir sus enseñanzas a través de este vehículo transmisor a cientos  y miles de estudiantes venidos de pueblos y lenguas muy diversos (La Universidad de Salamanca llegó a tener más de seis mil estudiantes que hablaban y aprendían en latín).  Cuando se pierde el empleo exclusivo de este idioma, por la aparición y fortalecimiento de las lenguas regionales derivadas de la lengua madre, los humanistas del Renacimiento recogieron y continuaron animando la tradición de la latinidad.
Riqueza Creadora: la riqueza y amplitud creativa de la Edad Media son inabarcables.  Sólo sete daremos algunos nombres para que te formes una idea general de la vida cultural y la fuerza creadora de esta “oscura” edad.
Florecimiento de la arquitectura, escultura, arte del mosaico, orfebrería del estilo ro­mánico durante los siglos IX, X y XI. Algunos ejemplos: Catedral de Santiago de Compostela,  Abadía de Montecasino, Monasterio de Cluny, Baptisterio de la Catedral de Florencia, grupo arquitectónico de la Catedral de Pisa (con la famosa Torre inclinada).
Afirmación de las literaturas nacionales en lenguas romances, a través de la aparición de los cantares de gesta (Mester de Juglaría, siglos XI y XII) y de poemas de tema heroico-religioso (mester de Clerecía, siglos XIII y XIV).
- San Francisco de Asís (1182-1226), fun­dador de la Orden Franciscana, "juglar de Dios", como se llamaba a sí misino. Cántico de la Criaturas, Himno al Hermano Sol, figuran entre las principales composiciones o "laudes" del santo.
- Creación de las primeras y más grandes universidades europeas: París, Oxford, Bolo­nia, Salamanca, etc., ya a comienzos del siglo XIII
- Extraordinaria labor cultural de Alfonso X El Sabio (1252-1284), en el campo de la ciencia y de la historia: Libros del Saber de Astronomía, Historia de España o Primera Crónica General; en el ámbito del Derecho, las Siete Partidas; en el de la poesía: 400 cantigas escritas en gallego, algunas con sus correspondientes partitura musical.
- Influencia de la actividad cultural de los árabes y judíos españoles. Entre los primeros destaca el filósofo de Córdoba. Averroes, cuyas obras, en especial sus comentarios de Aristóteles, influyen en las universidades del siglo XIII. Hubo, además, numerosos poetas: Mocadem de Cabra, Abul Beca de Ronda, Ben Ammar, Al Motámid   que aparece en el comienzo del Poema de Mío Cid. Entre los he­breos españoles, debe mencionarse sobre todo al mayor de los filósofos, Maimónides, considerado como el Platón de los israelitas. Autor de obras muy importantes, fue también médico y teólogo.  Creó un sistema filosófico; vivió ende  1135 y  1204.  El mayor de los poetas judío -  españoles fue sin duda Avicebrón, Salo­món Ben Jehudá Ben Gabirol (1021-1070).
-   Florecimiento del arte gótico que, además de manifestarse principalmente en la arquitectura, se enriquece con otras expresiones artísticas tales como la pintura, la escultura, la vidriería (vilraux), etc. Este arte se desarrolló por evolución del estilo románico. Apareció en el siglo  XIII  y  perduró hasta comienzos del XVI.  En arquitectura se le da también el nom­bre de estilo ojival,  debido al  empleo de  la ojiva o arco apuntado que asemeja las manos juntas en plegaria. Se lo ha llamado "oración hecha piedra". Subsisten, como ejemplos insu­perables, una inmensa cantidad de iglesias, ca­tedrales y edificios civiles. En Francia, las cate­drales de Chartres, Amiens. Rouen. fjourges. Noire Dame de París,  la que igual que otras tardó más de cien años en concluirse; en Ingla­terra, las de Canterbury, Salisbury, Lincoln, Exeter; en Italia, la de Milán; en Alemania, la famosísima de Colonia, y en España, las cate­drales de Toledo, León y Burgos.
- Santo Tomás de Aquino (12257-1274). "ángel de la escolástica", "doctor angélico", sin duda el más grande filósofo y teólogo de la cristiandad. Su obra maestra, la Summa Teoló­gica, ha sido considerada "la catedral del pen­samiento cristiano". Inmensa es la cantidad de obras, todas en latín, que escribió el santo sobre Filosofía, Teología y Ascética.
-  Prerrenacentistas italianos del siglo XIV: Dante Alighieri (1265-1321), autor de La Divina Comedia; Francisco Petrarca (1304-1374) y Juan Boccaccio (1313-1375), quien como Petrarca, escribe gran parte de su obra en latín. Famosa es su colección de cuentos titula­da El Decamerón.
- Finalmente, mencionaremos sólo de pasada, pues serán materia de estudio posterior, a Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283-13507),  al Infante don Juan Manuel, el Conde Lucanor (1282-1349), a Godofredo Chaucer (13407-1400), y la aparición de la primera novela de caballería, El Caballero Cifar.

Narrativa de la Edad Media en Verso
La literatura medieval propia de cada una de las naciones que iban formándose, comienza con la aparición de obras compuestas en len­guas romances, derivadas del latín, lengua uníversal y unificadora del Imperio Romano, hacia fines de la Baja Edad Media. Generalizando, podríamos decir que durante los primeros siglos medievales, la literatura, la filosofía y los estu­dios humanísticos y científicos se realizaron en latín. La evolución de esta lengua madre fue muy lenta, larga, sostenida y variada, según las regiones y los pueblos.

Cantares de Gesta
Las primeras composiciones narrativas de la Edad Media se llamar. Cantares de Gesta  (la palabra latina gesta significa hazañas, hechos extraordinarios, historia heroica) y fueron compuestas y recitadas por poetas populares. De acuerdo con el carácter de la época, todos estos cantares celebraban o narraban no ya de héroes fabulosos o irreales, sino de héroes y guerreros de carne y hueso. Se inspira­ban en hechos y personajes históricos casi contemporáneos, pero todavía no eran obras escritas, sino memorizadas y recitadas por esos ar­tistas populares y primitivos que se llamaron juglares. Al no ser escritas, casi todas la obras de la épica primitiva (siglos X y XI) se perdieron. Pero no totalmente. Por su tema y estilo eran muy realistas y directas, de modo que fueron fácilmente prosifícadas v recogidas en las Crónicas.


Las Crónicas
Estas fueron documentos muy importantes para el desarrollo de la prosa y como fuente literaria y de la historia de España. La palabra crónica procede del griego cronos, que significa tiempo. Cada rey tuvo sus cronistas, que iban anotando y exponiendo directamente los hechos históricos. Alfonso X El Sabio compuso la Primera Crónica General. Hubo una segunda y una tercera, que fueron refundiciones de la primera del siglo XIII. Y todavía una crónica: perdida, con referencias a las del rey sabio. Y otra muy importante: la Crónica de Veinte Reyes de Castilla, que abarcaba desde el siglo II hasta la muerte del rey Fernando III, El Santo, padre de Alfonso X, e incluso una crónica particular del Cid.
El conjunto de narraciones heroicas y legen­darias que se referían a un tiempo determinado, a un personaje o a un mismo tema, se denomi­nó ciclo épico. Los principales son los siguien­tes:
-Ciclo Antiguo o de don Rodrigo, último rey godo de España.
-Ciclo Castellano: Cantar de los Siete Infantes de Lara, Poema de Mío Cid, Cantar de los Condes de Castilla, etc.
-Ciclo Leonés o de Bernardo del Carpió.
-Ciclo Carolingio y sus doce Pares.
-Ciclo Bretón o del Rey Arturo y los Caballe­ros de la Mesa Redonda.
Como ya te hemos dicho, casi todos estos cantares se perdieron, pero de muchos tenemos noticias, pues fueron prosificados en forma muy directa en las Crónicas. Se conservan frag­mentos de unos pocos. Los más importantes son:
a)      Poema de Mío Cid: Casi completo. Sólo faltan una hoja inicial y dos en el Tercer Can­tar, cuyo contenido se suple por los trozos respectivos de la Crónica de Veinte Reyes de Castilla, en la parte correspondiente reinado de Alfonso VI.
b)      Cantar de los Siete infantes de Lara: Fragmento versificado dentro de la Primera Crónica General y de la Segunda, de 1344. (El tema de esta obra, de posible raíz histórica (siglo X), lo verás más adelante al estudiar y leer los romanos)
c)      Cantar de Sancho II de Castilla: Compuesto hacía finales del siglo XI o comienzos del siglo XII, está muy relacionado con el Poema de Mío Cid, como lo comprobarás más adelante.
d)     Cantar de Roncesvalles: Data de comienzos del siglo XII. Se conserva un fragmento de cien versos,  que fue publicado por Ramón Menéndez Pidal en 1917.
La poesía épica española se desarrolló desde el siglo X hasta el XIV, correspondiendo su  período de máximo florecimiento al siglo XII, época en que fue compuesto el Poema de Mío Cid, posiblemente en 1140, u poco después del poema épico francés. Es posible distinguir una epopeya primitiva, casi contemporánea de los hechos y personajes, espontanea, popular, anónima, de sentido nacional heroico y religioso, de estilo rudo, de versificación irregular y una epopeya tardía, más   culta, cuidada en la forma, de autores conocidos, que se desarrollará más tarde, durante  los   siglos, XVI y XVII.

El Mester de Juglaría:
El  nombre mester  proviene de la palabra latina ministerio, y en su evolución vulgar, más amplia, menester, meester, mester, en el sentido de oficio. Equivale al francés métier. Una primera definición de Mester de Juglaría dirá, pues, “arte y oficio de juglares”. Arte, en cuanto corresponde a creación original, porque los juglares fueron poetas, creadores populares ya desde el siglo X. Oficio, pues la mayoría de los juglares hicieron de este arte nacido del pueblo mismo, medio de vida. El polígrafo don Ramón Menéndez Pidal, máxima autoridad en estas materias, dice que “juglares eran todos los que se ganaran la vida actuando ante un público, para crearlo con la música o con la literatura o con la charlatanería o con juegos de manos, de acrobacia, de mímica, etc.” Condición característica de ellos era, además, el ser errabundos e ir vestidos “con jubones de paños de tinte vives y abigarrados”. Deambulaban por caminos, pueblos, ferias, mercados, plazas, castillos y, a veces, de un país a otro, pues el arte de la juglaría fue bastante internacional.
Entretenían a la gente y recibían una recompensa por ello. Espontánea en ocasiones, y en otras, solicitada. Así, al terminar de cantar o recitar, el juglar se dirigiría a su público:
"El romanz es leído
datnos de  vino
si non tenedes dinero.
echad alá unos peños.
qué bien vos lo darán sobre ellos"
Peños eran prendas o alhajas que el juglar luego vendía  y convertía en dinero o en vino, según dice R. Ragucci en sus Letras Castella­na
En Francia se distinguía entre trovadores y juglares. Los primeros eran poetas (trovadores, del francés trouvader, y éste, de trouver, encontrar, inventar), autores de poesía lírica sabían tañer instrumentos. Los juglares cantaban o recitaban las composiciones de los trovadores. Los juglares más cultos o de mejor posición social, eran recibidos en las cortes medievales y, con el tiempo, juglar vino a significar “poeta en lengua romance”
En Italia, San Francisco de Asís y los frailes que lo seguían se llamaban a sí mismos "juglares de Dios”,  al componer sus cánticos o poemas. El Inglaterra, estos artistas se llamaron "jugglers" o "ballad singers" y también "minstrels", equivalente de los "ministriles" medievales españoles, o de los "minnessänger" o  "spielmänner" germanos.
El de juglar es arte y oficio muy antiguos: siempre hubo quienes se encargaron de producir solaz y entretención en cada comunidad. Así,  los mimos o bufones romanos, los antiguos scopas o cantantes bárbaros o los poetas itinerantes de las cortes musulmanas que tuvieron relaciones e influencias sobre los juglares españoles.
Clases de Juglares:
Las numerosas clases de juglares se diferenciaban según la especialidad en el arte que cada uno ejecutaba o por los instrumentos que toca­ban. De este modo, había trasecheros o prestidigitadores; remedadores que imitaban a personas o a cantos de pájaros; cazurros o de muy mala calidad; truhanes, tramposos, timadores, malas pécoras; escolares o clérigos vagabundos y también los de más calidad artística y social, los segrieres. Hubo juglares de voz y juglares de  péñola, es decir, los que cantaban y recitaban y aquéllos que escribían o tañían sus instrumentos con el plectro o péndola (pluma, uñeta)
Instrumentos:
En cuanto a los instrumentos, más fácil resulta enumerar algunos de los que entonces se usaban, que denominar a los distintos tipos de juglares. Baste decir que estaban, de hecho, todos los grupos de una orquesta moderna, en cuanto a “las diversas maneras de música: de pulso e flato e tato e voz; esto es -dice Menéndez Pidal- música de cuerda, de viento, de percusión y de canto".
Algunos instrumentos utilizados por los juglares: giga, roía, zampona, gaita, trompas, atavales, chirimías, panderos, dulzainas, flautas; principalmente, instrumentos de cuerda: violas o vihuelas tocadas con arco, cedras, cítaras, cítolas, rabeles, laúdes, salte­rios, etc. Las crónicas y varios autores dan cuenta de estos instrumentos.
Condiciones Juglarescas:
Además de tener buena voz y fiel memoria, el verdadero juglar (sobre todo el juglar de gesta) debía poseer donaire, esto es, gracia, discreción, gallardía, gentileza y, por si fuese poco, agilidad airosa en el andar y en el danzar (especialmente en el juglar de poesía lírica). Algunos de ellos   fueron excepcionalmente completos como artistas populares. Menéndez Pidal es el caso de "Daurel, tipo perfecto de un juglar distinguido y cortesano (francés), sabe tocar el arpa y la vihuela, cantar chansons de geste y lais de amor, sabe trovar, pero a la vez, ejerce de saltimbanqui y su mujer es tam­bién acróbata". Hubo también mujeres dedica­das a este oficio: fueron las juglaresas, soldaderas y contaderas, cuyos tipos aparecen en obras posteriores
Juglares de Poesía Épica:
A nosotros nos interesa, por ahora, referirnos especialmente a los juglares que componían y/o recitaban poemas épicos. Este tipo de juglar -dice el profesor Eleazar Huerta— "componía pensando en su público, cuando no improvisaba ante el mismo. Y, desde luego, sometía inmediatamente su obra a la prueba directa, a la recitación. De aquí que por instinto idiomático, sin necesidad de reglas, supiera encontrar la frase justa: la que interesaba y arrastraba a su auditorio". Y continúa Eleazar Huerta: "Pero el juglar no solamente recitaba: dramatizaba su relato y lo apoyaba en la música y en el verso (...). La dramatización le permitió al juglar aligerar su texto de frases explicativas, verbo introductor, enlaces y demás peso muerto..."
Así podrás comprobarlo directamente al leer, por ejemplo, el Poema de Mío Cid. Y deberás imaginarte cómo el narrador gesticulaba, cam­biaba el tono de voz, imitaba gestos y movi­mientos. Era un verdadero actor.
El Mester de Clerecía
El término clericus (clérigo) significaba en latín condición de hombre culto, hombre de letras. Así, pues, a diferencia del Mester de Juglaría, que era un oficio literario popular, espontáneo. El de Clerecía era el arte u ocupa­ción literaria de los clérigos u hombres cultos. Sin embargo, a la sazón, los clérigos no eran necesariamente hombres de Iglesia o eclesiásticos, pero como la mayor parte de los hombres letrados, es decir, los que eran instruidos y sabían latín, eran monjes o sacerdotes, el térmi­no "clérigo" pasó a significar, generalmente, esa condición. Modernamente, en francés e in­glés, la palabra clericus, clerc, conserva el primitivo sentido de docto, intelectual, emplea­do de oficina, que se supone más o menos letrado.
Repitamos,  pues, que Mester de Clerecía quiere decir "arte u ocupación de clérigos o letrados, hombres cultos".
Esta escuela poética o estilo propio de las composiciones de los siglos XIII y XIV fue definida por primera vez en el Libro de Aleixandre, obra anónima de mediados del siglo XIII, considerada la mejor epopeya de toda esa época. Trata sobre las aventuras y conquistas de Alejandro Magno. Allí se compara y contrapone el Mester de Clerecía con el antiguo Mester de Juglaría:
- Una  de  las  diferencias más notorias entre ambos menesteres es, sin duda, lo que se refiere a la forma de versificación: ésta es irregular, distribuida en tiradas de número variable de versos bimembres (separación interna de  dos hemistiquios), con tendencia a la rima asonanten el Mester de Juglaría.  En cambio, es estrictamente regularen el Mester de Clerecía: cuarteta monorrima consonante, es decir, cuatro versos de catorce sílabas cada uno.
Características:
De inmediato te habrás dado cuenta de algunas características de esta modalidad literaria: en primer lugar, no es de juglaría, es decir, los letrados quieren diferenciarse y dejar en claro que sus escritos no son populares ni anónimos, pues se conocen los nombres de algunos auto­res, tales como el de Gonzalo de Berceo, pri­mer poeta castellano de nombre conocido (pri­mera mitad del siglo XIII), autor, entre otras obras, de Los Milagros de Nuestra Señora; Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, genial autor del Libro de Buen Amor (primera mitad del siglo XIV): el Canciller Pero López de Avala, autor de Rimado de Palacio (segunda mitad del siglo XIV).
A pesar de estas subrayadas diferencias entre los dos mesteres, algunos autores gustaban de llamarse a sí propios "juglares". Es el caso de Juan Ruiz, quien se define en su autorretrato
...es ligero, valiente, bien mancebo de días,
 sabe los instrumentos e todas juglerías..."
También siguen siendo obras anónimas algunas de las mejores del Mester de Clerecía, por ejemplo, el Libro de Apofonía, obra, tal vez, de un letrado aragonés; el Libro de Aleixandre, atribuido a Juan Lorenzo Segura de Astorga, seguramente sólo un copista; el Poema de f 'er­an González, escrito después del año 1250 por un desconocido monje de Arlanza; una Vida de San Ildefonso, el Poema de José o Yusuf, posi­blemente obra de un morisco de Aragón, quien lo describió en castellano, pero usando letras o caracteres árabes (literatura aljamiada), y una Crónica Rimada o Poema de las Mocedades del Cid.
Los poetas sabidores buscaban ser comprendidos por el pueblo, el que ya había perdido el uso del latín, y por eso escribían en lenguaje sencillo. Empleaban giros y voces populares para atraer a su auditorio, pues frecuentemente estas obras estaban dedicadas también a la recitación  pública:   "amigos y vasallos de Dios omnipotente, si queréis escucharme, os contaré una historia...";  "Entiende bien mis dictados (dichos);  no me pase contigo lo que sucedió a un  doctor de Grecia..." Es evidente, también, el deseo de captar la atención del público oyente. El lenguaje del pueblo fue denominado Román paladino, y así dice Gonzalo de Berceo en Los Milagros de Nuestra Señora.

Narraciones de los Siglos XVI y XVII

Informaciones Generales obre el Renacimiento y el Barroco
Estos dos grandes complejos culturales se desarrollan más o menos durante los siglos XVI y XVII, y corresponden a dos estilos de vida y creación, a dos formas de concebir y represen­tar el mundo. Son dos etapas integrales o totali­tarias, pues abarcan a todas las formas del arte, la ciencia, la religión, la cultura, en suma, del mundo cristiano occidental.
Debido a la enorme riqueza, variedad y com­plejidad de sus creaciones, por el hecho de haber marcado etapas muy definidas en la his­toria de !a cultura, se ha llamado a este período los Siglos de Oro o, también, la Época Clásica de la cultura occidental. Debes entender muy bien, eso sí, que Renacimiento y Barroco son movimientos complejos, que no son fijos ni homogéneos: no calzan ajustadamente dentro de cada uno de los dos siglos. El Renacimiento, por ejemplo, comienza en Italia un siglo antes que en el resto de Europa, y. dentro del siglo XVI, cuando el movimiento renacentista está en pleno desarrollo en dicho continente, es posible distinguir en él diferentes fases.
Por otra parte, debes tener presente, primero, que las artes, la ciencia, los hechos cultura­les no se desarrollan, sino en medio de la vida y la historia, pues son parte viva de ella y. segun­do, que en el desarrollo de un período suceden hechos importantes como guerras, rebeliones, descubrimientos, etc., los cuales influyen en la evolución cultural general. Por caso, dentro de la historia de la Iglesia, en el siglo XVJ, tuvieron lugar la Reforma Protestante, el Concilio de Trento y la Contrarreforma. Todos estos y otros hechos producen cambios internos en los dife­rentes países e influyen en el desenvolvimiento de las formas artísticas.
Considerando esto, podrás entender que el Barroco puede explicarse como una actitud distinta a la del Renacimiento, como una reacción propia del ritmo cultural. Según la teoría de Gebhardt, este ritmo se expresa en el siguiente axioma: "Si para una época el concepto de valor se halla en el espacio sujeto a forma, la otra (época) verá el valor de la infinitud". Esto podrás apreciarlo mejor en el paralelo entre el Renacimiento y el Barroco que estudiaremos más adelante.
Algunos autores españoles diferencian los eos siglos con las denominaciones de Renacimiento (siglo XVI) y Época Nacional (siglo XVII). Esta distinción es válida, si se piensa en los orígenes del movimiento renacentista: Italia, desde donde se desparramó por toda Europa, cambiando la dirección espiritual y marcando la iniciación de una era en la historia. Una vez  asentado este ciclo, se produce, en España, una maduración espiritual, una fijación en los valores nacionales directamente relacionados con el carácter de su historia y su idiosincrasia.  En lo político, el siglo XVII, tan rico en creaciones artísticas de todo orden, coincide con el debilitamiento paulatino del Imperio de Carlos V y  de su hijo Felipe II y está empapado por la nostalgia de las grandes empresas de la con­quista y dominación, comenzadas por los Re­yes Católicos, y del tiempo cuando España era señora y "yema del mundo" (como dijo el pícaro Guzmán de Alfarache), en cuyos dominios no se ponía el sol.
En líneas generales, repetimos, considerando la separación que establecen los siglos y el contenido esencial y totalitario de ambos movi­mientos culturales, aquí hablaremos del Rena­cimiento y del Barroco como dos grandes fenó­menos culturales bien diferenciados y opuestos en muchos sentidos.
El Renacimiento (siglo XVI)
Se llama así en general, a todo el complejo acervo de manifestaciones religiosas, políticas, culturales, etc. que se desarrollan al término; de la Edad Media. Pese a que el espíritu, las :concepciones y nuevas formas de este fenóme­no cultural se oponen en muchos aspectos a la época anterior, no hay -sobre todo en España-una ruptura total entre Edad Media y Renaci­miento.
Debes comprender claramente que el término renacimiento significa resurgimiento, refloreci­miento,   volver a nacer.  Lo que renace y da nombre a esta época es el espíritu de la Antigüedad Clásica grecolatina; es el entusiasmo, admiración, valoración y anhelo de imitación y restauración del sentido de la vida y el arte de los  antiguos.   Dice  un  historiador que  "todo, renacimiento es un espejismo", y éste también lo fue, pues el hombre renacentista consideró "en bloque" una cultura, la grecolatina, desarrollada durante mil años y en dos pueblos  distintos: Grecia y Roma. Durante el Renaci­miento se produjo un nuevo culto a la belleza formal, externa, a la vida plena. Comenzó una cultura laica que afirmó al hombre en el goce y  dominio de los bienes de la Tierra. El hombre  creció en el orgullo de sí mismo, de su inteligencia y de su poder. Había que vivir, gozar la primavera, el amor,  la juventud. Este es el tópico o motivo común de los poetas clásicos: el carpe diem o el collige. virgo, rosas que repetirán los renacentistas italianos, como Poliziano',  los franceses, como Ronsard, o los españoles,  como Garcilaso de la Vega: "coged de vuestra , alegre primavera / el dulce fruto...".
Hay, pues, un cambio de valores, una dife­rente actitud frente al mundo. El espíritu de la  Edad Media fue eminentemente religioso; se vivió en una atmósfera teocéntrica, pues Dios era el centro, la medida, la explicación y el término del mundo. Por el contrario, el Renacimiento tuvo un sentido más terreno, de afirma­ción vital, una actitud de plantarse con los pies bien firmes en la tierra. Era un espíritu de energía y goce, una curiosidad por el inundo, un abrir y ensanchar horizontes. Piensa tú, por ejemplo, en los descubrimientos geográficos, en los inventos, en la creación de instrumentos, en la fabricación de armas, en la imprenta y su enorme, multiplicador, efecto de difusión.
 El espíritu renacentista es antropocéntrico, es decir, el hombre centra el mundo a su alrede­dor; él es la medida de todas las cosas. Por ello, es ambicioso de poder y de conocimiento, es l'uomo universale (el hombre universal), au­daz, impulsivo, enamorado de la aventura y de la gloria. Su principio y norma es: Hombre soy y, por lo tanto, nada de lo humano me es ajeno.
El Renacimiento vino del Mediterráneo como la cultura que resucitó. Provino de una doble fuente:
a) de la Edad Media (la de la etapa madura, humanística, de los siglos XIII y XIV)
 b) del redescubrimiento y admiración de los clásicos que los hombres del siglo XV italiano conocieron más cabalmente que sus predecesores.
El Renacimiento se desarrolló bajo una doble influencia: a) los humanistas y b) las cortes, academias, cenáculos y salones.
El hombre del Renacimiento
"Los hombres del Renacimiento, violentos, repentinos, movibles (y mutables de ánimo),   contradictorios y desconcertantes... son prontos en irritarse, injuriarse y desenvainar la espada:   un instante después, se abrazan, adulan y elogian, para agredirse de nuevo " "Devotos de un ideal que a veces traicionan, son heroicos con  extrañas debilidades, humildes con repentinas   explosiones de soberbia; lloran como niños y   " mueren con la sonrisa en los labios..." "...estos hombres poseen una vida intensa, músculos y nervios. La existencia es dura; casas inhóspita; y frías, asientos incómodos, viajes a pie y a caballo; y todo en contraste: el día y la noche, con insuficiente iluminación; el verano y el invierno, cuyos rigores atenúan mal las hogue­ras en grandes chimeneas, cuando el  viento pasa a través de las rendijas de puertas y ventanas, y la tienta se hiela en los tinteros. La vida aparece rodeada de peligros, pues en todos los países la fuerza pública es rara: los caminos estrechos y tortuosos, y los bosques, abundantes y espesos. Ello obliga a estar siempre dispuesto a la defensa o a tomarse la justicia por propia mano, y a ser apto para las iniciativas vigorosas y resoluciones repentinas. Pero esta vida, que desenvuelve todos los sentidos, dota especialmente a los hombres para las artes. En el hombre del Renacimiento vibran todos los sentidos y es capaz de ardiente pasión por todas las formas de la belleza".'
El Humanismo.
Es el aspecto más sobresaliente del movimiento cultural renacentista; su mejor expre­sión en la creación y en el pensamiento. Ya hemos visto en la segunda unidad que les pri­meros humanistas (Sn Bernardo, Santo Te­mas, San Buenaventura, Brúñelo Latini. Dante, Petrarca, Tomás Moro, Eckart, y otros) fueron humildes, de vida austera y se dedicaron al estudio sin apartarse de la doctrina de la Iglesia. Los humanistas del Renacimiento, en cambio, pretendieron separar la ciencia o cono­cimientos y exaltación del hombre, de la ciencia o conocimiento de Dios, la teología. A una la llamaron letras humanas (de ahí, las humani­dades) y a la otra, letras divinas.
El Humanismo se define como "el estudio del hombre total, en su naturaleza, en sus valo­res, en sus ideales, en sus relaciones con la Divinidad, con la sociedad, con la historia." Los humanistas del Renacimiento fueron apasionados servidores y seguidores de las le­tras y las artes de los clásicos, de los valores y la vida de la Antigüedad dorada. Fueron hom­bres de letras, verdaderos profesionales, que pudieron realizar sus tareas sin apremios de orden material o económico; fueron protegidos de príncipes y mecenas a los cuales debían rendir pleitesía y elogios. Tú podrás apreciar especialmente esto último, por ejemplo, en las dedicatorias que pusieron a sus obras aun autores consagrados, ya a fines del siglo XVI como Alonso de Ercilla o Miguel de Cervantes, por ejemplo.
Estos  hombres los humanistas, provenían de muy diferentes estratos: la universidad, la bur­guesía, la iglesia, la ciencia, la burocracia. Fueron "apóstoles de la Antigüedad", eruditos, investigadores, historiadores y editores, hom­bres sutiles e inteligentes. Muchos de ellos tuvieron verdadera  conciencia del  sentido de los tiempos, es decir entendieron que la anti­güedad ideal era una realidad distinta al mundo que ellos vivían.
Italia es la patria del Renacimiento y del  Humanismo. Artistas y pensadores tuvieron el auspicio de mecenas como los Medecis, los Este, los Gonzaga, los Sforza  o el Papa León X. Ciudades como Florencia,  Venecia, Bolo­nia. Pisa. Ferrara. Milán, etc. fueron la cuna de eruditos, artistas  (pintores, escultores, arqui­tectos, poeta), traductores v muy importante -de impresores.  Desde Italia se propaga a Euro­pa, sobre todo a través  de caballeros-guerreros, de embajadores rodeados de un largo séquito de secretarios, humanistas, poetas, médicos, eru­ditos latinistas, etc. Así, poco a poco, el afán de saber  que existía en las cortes se extendió a todos los sectores de la sociedad.
Veamos algunos ejemplo de esta extraordi­naria actividad intelectual: "En España, los Re­yes Católicos. Fernando e Isabel, estudiaron el latín. Juana la Loca improvisó discursos en esta lengua ante los embajadores  de los Países  bajos. La sabiduría de Catalina de Aragón, esposa de Enrique VIII de Inglaterra, fue apreciada por el gran humanista  europeo Erasmo."

TIPOS HUMANOS DEL RENACIMIENTO Y DEL BARROCO
Como es lógico suponer -y fácilmente com­probable a través de la lectura-, un período tan amplio y rico como fue el de la Edad de Oro  (siglos XVI y XVII) produjo una admirable y variada galería de tipos humanos característicos. Haciendo una síntesis muy rápida, esta tipología podría ejemplificarse en los persona­jes siguientes: el cortesano y la dama, el caballero cristiano -cuyas virtudes y caracteres enu­mera Erasmo en el Enchiridion o Manual del Caballero Cristiano-,  el humanista,  el con­quistador o caballero-soldado, el estudiante, profesional casi y muchas veces vagabundo, etc.
a) El Cortesano: "En las cortes italianas se elaboró el ideal de la vida en sociedad, que encuentra su expresión en El Cortesano, del conde Baltasar de Castiglione, escrito de 1514 a 1518, publicado en 1528 y traducido en se­guida a todos los idiomas europeos.  Castiglione describe la corte de Urbino, el magnífico pala­cio con sus habitaciones espléndidamente deco­radas con vasos de plata, tapicerías de oro y seda, estatuas y arañas antiguas en mármol y bronce, pinturas de Fiero della Francesca y de Giovanni Santi, el padre de Rafael; libros lati­nos, griegos y hebreos procedentes de toda Europa y encuadernados, por respeto a su con­tenido, con ornamentos de oro y plata. Esta corte es galante; su objetivo es el placer. Se pasa el tiempo en fiestas, danzas, justas, tor­neos y conversaciones. Después de la cena y de las danzas, se juega a toda clase de acertijos; luego prosigue la velada con entretenimientos íntimos, a la vez graves y placenteros, cada caballero al lado de una dama."
b) El Humanista: Aunque ya hemos hablado bastante de este interesante tipo de intelectual, queremos resumir algunos de sus atributos:
- El humanista buscó exaltar la grandeza del hombre capaz de realizar en sí la más alta perfección.
- Como en el verdadero humanismo de todos los tiempos, el hombre de esta época ama la belleza; la busca en la obra de los antiguos clásicos, en la armonía de las formas. En litera­tura, esto significa crear una rica variedad de imágenes, buscar la originalidad en el modo de expresión y de metáforas cada vez más audaces y de transposiciones, como se verá en el Barroco. El humanista busca la belleza en la ordena­ción jerárquica de las ideas, es decir, en la armonía interior o, como decían algunos, en la imitación de la perfección y belleza de Dios."
El  humanista fue, sobre todo, un esteta.
- El   humanista,   caballero-soldado   muchas veces, busca la acción y, tras ella, la gloria, la fama que lo haga perdurar en el tiempo.
- Es el hombre universal: debe ser poeta, artista, filósofo, político, amante, sabio y dominar, incluso, la agilidad y el músculo, tanto que Sir Walter Raleigh llegó a decir: "El humanista ha de cultivarse como una rosa y entrenar­se como un caballo de carrera."
- El hombre del humanismo es individualista; habla de sí mismo y tiene un claro sentido de emancipación con respecto al pasado. Este impulso individualista, sobre todo en Italia, origina el poder personal, la virtud o voluntad y fuerza del poder.
- El humanista ama el bienestar y lo busca en la belleza; ama el trabajo, la fama y la creación.
- Es hombre religioso y, por lo general, está estrechamente vinculado con las grandes ideas del Cristianismo. Hubo pocos paganos o paga­nizantes, aunque durante el período de crisis espiritual del Barroco, los hubo libertinos, escépticos y racionalistas. Los grandes reforma­dores, pese a su separación de la jerarquía romana, continuaron siendo pensadores cristianos de vida consecuente.
- De lo anterior, se deriva otra característica: es espíritu crítico, de análisis y de investigación.
c) El Estudiante: Para formarnos una idea de sus características, aunque siempre hay excepciones, basta que escuchemos lo dicho por Enrique de Mesmes al recordar su vida estu­diantil cuando en 1545 ingresó a la Universidad de Toulouse, a la edad de catorce años.
"Estábamos de pie a las cuatro de la mañana y después de haber rezado una oración, íbamos a clase a las cinco, con nuestros grandes libros bajo el brazo, nuestras escribanías y candelas en la mano. Sin interrupción, teníamos varias clases hasta las diez. Después de emplear me­dia hora en corregir nuestros apuntes, comía­mos. Luego leíamos, como diversión, fragmentos de Sófocles. Aristófanes o Eurípides y, algunas veces, de  Demóstenes, Cicerón, Virgi­lio y Horacio. A la una a clases; a las cinco a casa, a repasar nuestras notas fijar de nuevo nuestra atención en los pasajes citados en clase. Ello nos ocupaba hasta pasadas las seis. Luego cenábamos y leíamos griego o latín."
d) El Conquistador: Este tipo humano supe­rior es un producto peculiar del espíritu y la fe de esa época, el héroe real, de carne y hueso, el hombre de acción que "siente la vida como una proeza.  “La muerte menos temida da más vida”,  rezaba el escudo de armas de Pedro de Valdi­via. Conquistador y Fundador que sentimos muy cerca de nosotros, los chilenos. Su caso y su ejemplo no fueron una excepción, "...lo nota­ble es que otros hombres como Él -antes que él y después de él-, no sólo en América, sino también en Europa, Asia,  África, pero sobre todo en América, ponían en ejercicio esa sobe­rana fe en su misión providencial y en su forta­leza para vencerlo todo y someter el mundo al esquema ordenador de que eran portadores. Y es verdaderamente asombroso cómo aquella en­raizada fe los hacía cumplir efectivamente hechos portentosos con las cosas, el contorno natural, los hombres, consigo mismos" Dotados de atributos excepcionales, los Cortés, los Pizarro, los Valdivia, eran verdaderamente ca­pitanes, .grandes capitanes de la Historia.
Tipos Literarios

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